El auge de los recorridos didácticos. Se editan más libros temáticos y las instituciones organizan visitas guiadas
En un domingo de febrero, el silencio del Museo de Arte Latinoamericano se rompe y se llena con voces agudas y alegres que hacen preguntas rápidas y originales. A partir de las cinco de la tarde, las visitas no son destinadas sólo a turistas cansados o a jubilados taciturnos, sino también a un palpitante grupo de veinte chiquitos excitados, que recorren el Malba por primera vez.
Acercar a los chicos al arte se ha vuelto un objetivo didáctico cada vez más frecuente. Libros de arte para leer y para pintar; talleres de escultura y pintura; visitas guiadas a museos e itinerarios artísticos son actividades habituales en la vida de los chicos.
"Antes era impensable llevar chicos a un museo. Hoy hay varias propuestas que permiten acercarlos al arte", comenta Marcelo Toledo, un contador de 37 años, padre de Micaela, de 4 años, que participó del recorrido que el Malba organiza para las familias, en la cual se muestran obras de la colección permanente del museo.
El Museo de Bellas Artes también ofrece, hasta fines de este mes, un programa especial de visitas guiadas gratuitas en las que los chicos descubren con actividades participativas, cómo se expresaron pintores y escultores como Quinquela Martín, Cúnsolo, Lacámera, Victorica y Pettoruti, entre otros que tratan de descubrir objetos escondidos en los cuadros.
Para acompañar las visitas, también hay numerosos libros que permiten introducir el arte en los más pequeños. Inspirado en este museo, existe un libro específicamente dedicado a los chicos, titulado Una visita por el Museo de Bellas Artes , de Laura Estefanía, en el cual, a través de un simpático recorrido y una historia de fantasía, se ilustran no sólo las salas del museo y sus obras, sino también las técnicas y los estilos artísticos.
"Vamos a conocer cuadros y obras de arte y al final habrá una sorpresa, y haremos arte nosotros también", dice Solana Finkelstein, de 22 años, guía y estudiante de arte, al comenzar la visita para familias del Malba que al mismo tiempo enseña una regla fundamental: "No hay que tocar las obras ni con la punta de un dedo, porque no existe un quiosco donde se pueden reemplazar los cuadros", dice.
En el primer piso, los chicos se sientan frente al cuadro Composition symétrique universelle en blanc et noir , del pintor uruguayo Joaquín Torres García, donde se ven varias formas y figuras geométricas. "¿Qué ven en este cuadro?", pregunta la guía. Varias manitas rápidas se levantan y gritan entusiastas sus descubrimientos. "¡Un triángulo!", grita Javier. "¡Un reloj!", aclama Leo. "¡Una casa!", exclama Catalina.
Las vocecitas enloquecidas vibran dentro de la silenciosa sala y revelan en la obra muchas más formas de las que existen. Dedicado a este cuadro, hay un libro publicado por el Centre Georges Pompidou, en venta en la librería del Malba, en el cual se arma un juego para chicos que permite entender el significado de esta composición. La misma obra también está incluida en ¡Vamos a Malba! , libro que, además de la historia del museo, reproduce 15 de sus obras con una explicación simple y detallada. "Se nota que a Xul Solar le gusta pensar sobre lo que hay dentro de las personas y las cosas: las dibuja transparentes para que todos lo puedan ver", dice el comentario de un chico al apéndice del libro.
El Palais de Glace se suma a la propuesta de acercar a los niños al arte con programas de una hora de duración en los que se usan técnicas de juego. Usan una técnica para promover la apreciación y el conocimiento: distribuyen fragmentos de obras y luego, en las salas, los chicos deben reconocer la obra original.
Vuela la imaginación
Cuando los chicos intervienen en el arte, sus interpretaciones son lo más artísticas que hay. Frente a la escultura de Antonio Berni, llamada "La voracidad o la pesadilla de Ramona", Rocío, una rubiecita de 5 años, estalla en un grito: "¡Este dinosaurio se come a Cenicienta!", y con un dedito indica el pie desnudo del cuerpo femenino, que sale de la boca de un monstruo construido con varios materiales. La exclamación encuentra una rápida respuesta de un compañerito que apunta: "No es Cenicienta. Es Wendy buscando el reloj en la panza del cocodrilo", refiriéndose a la historia de Peter Pan. "Está vestida de tango, no puede ser Wendy", lo contradice Sofía.
Sigue el alegre recorrido hasta una escultura de madera ubicada en medio de la sala.
"¿Es un asiento o es una obra?", inquiere la guía. La sorpresa llega cuando a todos se les permite sentarse en la gran pieza de madera dentro de la cual el artista Jorge Mitchell esculpió un asiento. "Esto es mucho más que tocar una obra de arte. Estamos sentados sobre ella", dijo Micaela entusiasmada.
Que las obras de arte no se tocan es una regla que se aprende también por la aventura contada en el libro Katie s Picture Show, de James Mayhew, en venta por la Web. Acá una impávida niña, al tocar un cuadro se encuentra prisionera de él. Si en principio la aventura parece divertida, por fin se transforma en una pesadilla con la cual la niña aprende la regla.
Al terminar el recorrido del Malba, los chicos encuentran cuatro mesitas arriba de las cuales hay material suficiente para "hacer arte": pigmento, colores, recortes de diarios, tijeras, lentejuelas. A las siete de la tarde, los jóvenes artistas terminan y entregan sus obras.
Una rubiecita detrás de sus anteojos redondos lleva su obra a su mamá: "¡Ojo! Te la muestro, pero no la podés tocar. No te olvides de que no se tocan las obras de arte".
Ginevra Visconti